Maratón: La instrahistoria (por @nandopitera)

Empiezas a correr. En algunos casos reempiezas a correr, casi todos hemos puesto un pie en la calle en algún momento de nuestra vida para intentar empezar a correr. Y qué difícil parecía. Coges un hábito. Lo que antes eran distancias impensables se convierten en habituales para ti. 1,2,3, 5, 10, hasta 15. Sin darte cuenta estás pensando en media maratón. ¿Maratón? ¿De verdad me estoy planteando correr la mitad de una maratón?. La corres. Te tiras al abismo de lo desconocido entre el 15 y el 21 casi sin entender por qué y descubres asombrado que lo que hay son más zancadas, más esfuerzo, más recompensa. Has terminado tu primera media y ya estás pensando en la segunda, en otro reto. Antes de cruzar la línea de meta ya has olvidado que te tiraste a un abismo inquieto, temeroso ante lo desconocido. Y la palabra maratón ya no te asusta, porque tú has corrido media maratón. Tu, un(@) tipo(@) normal, con tus costumbres normales, con tus manías de siempre, con tus cosas Kalenji como tantos otros. Esa palabra se queda ahí, al fondo, al final de las ideas, pensamientos y sentimientos diarios que vienen y van. Ya hace tiempo que vienes escuchando que estás enganchado, qué obsesión con correr, tantos kilómetros son una salvajada, te va a costar las rodillas cuando seas mayor. Y un run run al fondo de tu cabeza. Atiendes a esos comentarios clavando la mirada en frases vacías de sentido para ti y tu cerebro echa un vistazo al fondo. Maratón. No puede ser sano correr tanto. Maratón. Mira como terminan los atletas esos de la tele, vomitando, por los suelos, es una locura. Maratón. Maratón. MARATÓN.

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Y cuando el traqueteo en primera línea de pensamiento es insoportable te apuntas. Qué subidón. Otro agujero sin explorar de 21 kilómetros más. Te preparas para lidiar con un muro de 42195 metros de altura que te remueve las zapatillas de la barriga y asumes que el esfuerzo de tumbar a un gigante también es gigante. Madrugada, frío y lluvia son parte de tus conquistas. No puedes tener sueño cuando luchas por tu propia historia. Pasan las semanas y la media maratón ya es parte de tu repertorio mundano, puedes correr 21 kilómetros y recuperarte eficientemente. Pones los pies en los tablones de madera del puente colgante que hay más allá esperando que aguante. Km. 22, km. 23, km.24, km.30. Nunca has corrido tanto ni te has sentido tan fuerte, tan fiable, tan resistente. Devoras textos sobre el imaginario del kilómetro 30, guarida del líder de la horda enemiga, buscando estrategias, abordajes, secretos públicos para vencer. El golpe será tan fuerte como el resquicio que haya en tu entrenamiento, te dicen. Pero tu no sabes que hay allí. Solo sabes que algo te espera.

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Llega el día. Te has visualizado a ti mismo cruzando tantas veces la meta con tantas bandas sonoras diferentes que casi te sientes un extraño en tu casa, esperando a cruzar el umbral. Te das cuenta de la gran cantidad de automatismos que ahora posees. Desayuno, ropa, reloj, baño. Ciclos perfectos para una batalla perfecta. Estás pero ya no estás. Solo hay una cosa en tu cabeza, correr. Resistir. Por fin encuentras tu sitio rodeado de muchos como tu, algunos experimentados, otros novatos. Muchos, algunos, unos pocos, caerán. El terreno de lo conocido te da cobijo, mermando suave y consistentemente la reserva para la gran batalla. Y después de casi 3 horas estás en la frontera avanzando impasible, a la espera de recibir un mazazo brutal que te deje sin aliento. No sabes de dónde vienen pero empiezas a encajar golpes. Te duelen las piernas, el cuello, estás empapado, tienes sed y te falta el aire. En tu vida has sufrido tanto. Arañas cada uno de los metros que van hasta la meta sabedor de que cada paso es una victoria. 34, 35, 37, 39. Recuerdas cada esfuerzo, cada día y cada noche, cada minuto robado a los tuyos y al fin eres consciente de que tendrían que tirarte edificios encima para detenerte. 40, 41, 42. La gloria es tuya, eres tu propia leyenda. Por ti, por los tuyos, por los ojos que te miraron llenos de duda, de incertidumbre ajena, por los que están, por los que no pueden hacerlo.

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Andas, te paras, estiras, andas, paras otro poco. Te cuelgas tu medalla. Lo has conseguido. En un momento te das cuenta de que te duelen los dedos de los pies. Miras al suelo, a tus compañeras de camino… Maratón… ¿?… Maratón… ¿¡!? … Maratón. Maratón. MARATÓN.

…un año después ya son 3 las batallas ganadas. Aún queda mucho, y puede que salga derrotado de alguna, pero es lo que tiene pertenecer al ejército de los Drinkingrunners. Lo importante, lo esencial, lo que te llena, no es la victoria. Es la solidaridad, la sonrisa, aportar todos un poco que es mucho para los demás. Y con esa gasolina, no hay quien te pare.

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No lo penséis, uníos. No habrá una sola zancada de arrepentimiento.

@nandopitera

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