Mi amigo el coche escoba (por @ldevega)

Ha dejado de llover y escucho el coche escoba pisándome los talones desde hace unos minutos. No me molesta lo más mínimo. Tampoco el barro y los charcos. Voy por el kilómetro nueve y me quedan todavía siete. Mi hermano Víctor va a mi lado. Ha venido a la línea de salida del trail de las marismas de Huelva (16 km) corriendo desde casa, a unos siete kilómetros. No se ha quitado ni el chaquetón y me temo que lo que parece sudor son restos de la lluvia. Otro nivel. Diría que ni se despeina, pero es que casi nunca va peinado. Qué importante es este tipo de apoyo. «Runner principiante, pon un sobrado con paciencia a tu lado y verás adónde llegas».

cocheescoba

Al final decido agitar mi mano para que el coche escoba me pase. No sé si va a aceptar, si eso está dentro de lo permitido. Lo hace. Les digo que voy bien. Voy midiendo mis fuerzas y trotando en los tiempos previstos. Siete minutos el kilómetro.

El terreno por el que avanzo es a base de pistas llanas y blandas, sobre todo tras el enorme chaparrón que nos acompaña la primera parte de la prueba. Unos tres kilómetros antes de meta empiezo a adelantar a corredores que han echado pie a tierra y que van a llegar andando. No es que te alegres, pero al menos te motiva el saber que los hay que van peor que tú. Yo, hay que reconocerlo, llevo de escudero a mi hermano. Con su chaquetón y casi sin sudar. ¿Quién no ha vivido esa sensación de pasar a los llamados «cadáveres» que, lesionados o agotados, se niegan a tirar la toalla?

Cruzo la meta junto a Víctor y a mi cuñado Isidoro, que había llegado hacía más de 45 minutos y que, tras dejar su dorsal, recula para darme también aliento. Mi hora y cincuenta y dos minutos sin parar de correr me sabe a gloria, casi como un buen chuletón asimilado en una interminable sobremesa con digestivos varios. Lo siento, hay placeres que no perdono.

Recuerdo este trail, mi primera carrera, tras ver la campaña de publicidad de Nike dedicada a esa corredora que llega la última en un maratón. Sé por experiencia que hay quienes se sienten mucho peor que el que ha llegado el último. El que se ha lesionado en carrera o unos días antes, el que se ha fijado un objetivo que no lograr cumplir, el que se retira… o el que, como en algunos exámenes, comprueba que no ha sonado el despertador cinco minutos antes de la salida.

Un par de meses después de aquel trail de las marismas de 2012 llegué el último en el 10km de la carrera de Fin de Año de Moguer (Huelva). Bastante por delante de mí llegaron dos chichas, penúltima y antepenúltima. Me sacaron varios minutos. Esa vez el coche de Policía Local se mantuvo en la retaguardia y apenas quedaban vecinos por las calles del pueblo cuando yo pasaba. Escuchaba los cláxones de algunos conductores nerviosos. No se me ocurría otra cosa que saludar, que me costaba menos que acelerar la marcha.

Me alegró comprobar que no habían deshinchado el arco de meta cuando, por fin, pasé por debajo. Había bajado de la hora. Otra victoria. Además, me dio tiempo a ver cómo mi cuñado Isidoro subía al podio como ganador en su categoría.

Guardo la camiseta blanca con letras rojas de ese día como oro en paño. Y me la pongo con frecuencia. No llega a ser el redbull que te da alas, pero casi. Ahora que, casi tres años después, sigo corriendo la he llevado a varios #earlys (salidas a las seis de la mañana) de los DrinkingRunners. Ellos tienen la bendita culpa de que aquello que empezó con mi hermano y mi cuñado en un sufrido trail de 16 km me haya impulsado a correr en marzo de este año el maratón de Barcelona. Y no he sentido a mis espaladas el motor amigo del coche escoba.

@ldevega

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