Sardinia 2015 (por @ChemaM)

Carreras hay miles y de todas las modalidades. Por muchas que hayas hecho y por muchos «palos» que hayas tocado, siempre te queda algo por hacer, algo por probar. En mi caso, este fin de semana he podido tachar dos cosas de una vez: mi primer trail por etapas, y mi primer maratón de montaña (que coincide con la segunda de esas etapas). Y si una cosa puedo afirmar es que han sido las primeras, pero no van a ser las últimas.

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Y no lo serán porque las he disfrutado como un enano. Hoy, dos días después, tengo un dolor de piernas de esos que te hacen sonreír, porque te recuerdan lo que has disfrutado «ganándote» ese dolor. Hace poco leía a alguien haciendo una oda al dolor, y a lo que nos atrae a los corredores. No lo comparto. A mí no me gusta sufrir. A mí lo que me gusta es disfrutar, y si para ello tengo que superar momentos de dolor, lo haré, pero antes de correr lo que quiero es no sufrir, es que no me duela nada. Pero este es el final de la historia, no el principio…

La Sardinia Trail es una carrera por etapas, sumando un total de 95kms en tres días, por la sierra sureste de la isla de Cerdeña. La inscripción a la carrera incluía el alojamiento en el mismo hotel durante las tres noches, más traslados, desayunos, comidas y cenas. Lo cual, unido al hecho de que fuéramos poco más de 60 inscritos, le daba al evento un toque muy familiar. Este es uno de los puntos que más me gustó de hacer una carrera por etapas. Normalmente, en una carrera de un día, llegas, corres, con suerte te cruzas unas palabras con alguien en carrera, acabas, te cambias de ropa y te vas a casa. En Cerdeña estábamos 24 horas compartiendo espacio con los demás corredores, hablando de la carrera, respirando la carrera. Bueno, no 24 horas, sino tres días enteros donde sólo había un protagonista: el trail. Además pudimos compartir una charla con la leyenda italiana del trail, Marco Olmo, que tiene a sus espaldas ni más ni menos que 20 ediciones del Marathon des Sables. El cual, dicho sea de paso, quedó quinto en la general, menuda bestia parda, a sus 67 años.

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Desde España fuimos un total de 8 corredores, que aprovechamos para estar más días en la isla y conocer un poco más de la cultura y gastronomía (y cervezas) locales. Como viaje fue muy divertido e interesante. Pero como prueba deportiva fue la leche. O al menos para mí, que nunca me había enfrentado a una prueba de este tipo. El plan de cada día era muy similar: levantarnos a las 6 de la mañana, desayuno, preparación del material, traslado, briefing, carrera, pasta party y vuelta al hotel. Mi mayor miedo antes de la carrera era cómo iba a recuperar después de cada etapa, ya que mi experiencia en carreras de montaña sólo había sido un trail de 20km, el cual me dejó muy tocado de fuerzas a los días siguientes.

Pero, para mi sorpresa, no solo no iba notando el cansancio de un día para otro, sino que conforme fue avanzando la prueba, me iba encontrando mejor. Tanto es así que adelanté más de 10 puestos en la general del primer al tercer día. La primera etapa eran 27 kms con un desnivel + de 960m. Empecé la carrera con un ritmo bastante alegre, pero intentando conservar las fuerzas, lo que hizo que me quedara solo gran parte del recorrido (eso explica en parte que me perdiera en una cima). El recorrido no era muy técnico, así que me permití apretar para alcanzar a uno de mis compañeros en una bajada. Primera lección: las bajadas también cansan. Así que lo que había recuperado bajando, tardé muy poco en perderlo y me volví a quedar solo. Además, había entendido mal el briefing y pensaba que eran 25kms, lo que me hizo mucho más largo el final, tanto es así que acabé caminando aun en las bajadas. Demasiado cansado como para pensar en un segundo día. Había acabado en 3h09’ en el puesto 29.

Aunque a la mañana siguiente noté que había recuperado bastante bien, y ese segundo día tocaba maratón. Una hora más de madrugón y dos horas de transporte para dejarnos en una cima aislada del mundo, donde empezaba y acababa la carrera. El desnivel positivo en esta ocasión rondaba los 1.600m. No demasiado comparado con otros maratones de montaña, pero pronto comprendí que era suficiente para hacerme la puñeta. Este día también fui solo gran parte del tiempo, viendo como mis compañeros se escapaban al principio (intenté seguirle el ritmo a Pablo, pero iba muy rápido para mí…), y después haciendo la goma con una de las corredoras, pero sin acabar de engancharme a su ritmo. La subida acababa en el km 35, coincidiendo con Punta la Marmora, el sitio más alto de la isla con 1.834m. Una vez arriba, el calor, el desnivel, el día anterior… no sé qué pasó pero cuando comenzó la bajada (esta sí era más técnica), mis piernas me decían que no, que ellas no querían bajar. Me bloquee. Nunca me había pasado algo así. No sé si era un ataque de pánico, cansancio, bajada de azúcar… El caso es que allí me quedé de pie, dudando de si seguir bajando o no, o de sentarme a que se me pasara. Aún quedaban 7 kms de bajada para llegar y la gente me empezaba a pasar. No iba mal de tiempo, pero en ese momento parecía que me quedaba media vida para acabar el maratón. Imagino que debía ser mi momento de muro, porque en realidad fuerzas me quedaban, como pude comprobar al poco. Seguí bajando como pude, y me tomé el último gel, el cual ejerció un efecto milagroso (señor Victory Endurance le debo unas cañas), tanto que acabé la carrera llaneando a 4,30”, cantando el himno Drinking (“y nadie nos va a parar…”) y adelantando a 5 o 6 corredores más, para acabar, feliz como un cochino, en poco más de 5 horas. Ese día había subido unos 7 puestos en la general, así que a pesar del mal rato, tan mal no iba la cosa…

Y el último día, más caña. Ese día empezaron a salir los dolores que aún me acompañan. Sobrecargas en la cintilla y en el empeine derecho antes de empezar, aunque la tontería se me quitó a la primera (e infernal) cuesta. El último día, que fue más parecido a un trail ya que pisábamos menos caminos y las cuestas eran verdaderas cuestas, constaba de 25 kilómetros y 1.050m de D+. Este día ya no me quedé solo, sino que fui acompañado de Arturo, que ya me sacaba 30 minutos en la general, y que ese día se permitió ir más tranquilo para acompañarme y así no ir solo tampoco. Gracias a él (qué manera de bajar, madre) pude hacer la carrera como un tiro, y acabamos recortando algún puesto más, para terminar entrando en la meta en la playa ondeando la bandera española y luciendo la verde con mucho orgullo. La prueba había acabado, algo más de 11 horas en total fue lo que tardé en conseguir esos 95 #kmsXalimentos. El puesto final, el 18º (45 corredores habían acabado las tres etapas). Felicidad completa cuando nos enteramos que nuestro compañero Jose había ganado la etapa, siendo 3º en la general, y poco más tarde cuando el resto de los españoles fuimos llegando “sanos y salvos”, mención especial a las chicas que llegaron frescas como una lechuga, incluso se permitieron pelear y defender  su posición en carrera frente a una belga que les atacó al final.

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La conclusión que me quedo es que merece la pena apuntarse alguna vez a este tipo de carreras. Se trata de una forma diferente de hacer viajes, y de estar en contacto con entornos espectaculares, y sobre todo, acompañado de gente estupenda. Antes de este viaje sólo conocía a dos de mis compañeros, y gracias a la Sardinia Trail he podido conocer a 5 grandes personas más. Tanto me ha gustado esto de correr por etapas me he montado la mía propia, ya que me he apuntado a otro trail, esta vez de 20kms, que se celebra el día antes del día 7 de junio, que será el trofeo #kmsXalimentos, y en el que espero veros a todos!!

Crónica dedicada a los Cerdeños: Arturo (gracias por liarme y por acompañarme en la última etapa), Pablo (gran compi de habitación y de clasificación), Jose (pedazo campeón, en lo humano y deportivo), Fer (de quien quiero aprender a disfrutar como él lo hace), y a esas guapísimas Rizos Runners: Elena, Marta y María, que le pusieron la nota de color a este viaje. Próxima parada: ¡Riaza!

@ChemaM

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